Food tour por la ciudad de México: ¡descubra los mejores platos!
Mi uber zigzaguea por las calles de la capital hasta el centro de la ciudad. Al cabo de unos minutos, me dice: «Llegamos al mercado de la Ciudadela, señorita»
Echo un vistazo rápido hacia la entrada, pero no veo ninguna camiseta rosa de Estación México. Son tan fáciles de ver que éste debe de ser el lugar equivocado.
«No te preocupes, daremos una vuelta para ver.»
Efectivamente, cuando llegamos a la calle Balderas, veo a una joven que espera pacientemente con su ipad en la entrada.
Es Victoria, Vicky. Recuerdo haberme cruzado brevemente con ella antes del recorrido por el muralismo mexicano que hice unos días antes. Ahora la tengo como guía y toda para mí, ¡aún mejor!
Sin esperar, nos dirigimos a las calles del mercado de San Juan. Es uno de los mercados más famosos de Ciudad de México, famoso por sus alimentos exóticos… incluida una buena variedad de insectos. Así que me espero de todo.
Pero empezamos despacio. El frutero corta una hermosa granada por la mitad, así como dos tunas (el fruto del cactus), una verde y otra roja, ambas sabrosas y llenas de agua.
Seguimos nuestro camino entre las pequeñas callejuelas del mercado para llegar frente a un quiosco sostenido por dos señoras que están ocupadas mezclando distintos ingredientes.
Son las famosas «aguas frescas«, bebidas de frutas que gustan muchísimo a los mexicanos. Hay varias opciones (flor de jamaica, limón, etc.), pero por mi parte pido una horchata que, en México, se hace con arroz: ¡deliciosa!
Después de dos grandes tragos, Vicky me dice: «Guarda un poco porque lo necesitarás para el resto del viaje».
Así que dejamos las aguas frescas y llegamos a lo que más temía: la sección de insectos.
De repente, los pasillos me parecen estrechos y no puedo evitar apartarme de los platos donde están colocadas las distintas especies, como si hubiera alguna posibilidad de que saltaran sobre mí. Me impresionan especialmente los escorpiones, alineados como soldaditos.
Cuando me entregan un plato, veo con alivio que el alacrán no formará parte de la fiesta. A mi pesar, pongo la misma cara que un niño que no quiere comer sus verduras.
Hay tres tipos de insectos: jumiles (bichos pequeños), chapulines (langostas, los insectos más consumidos en México) y hormigas chicatanas.
Hace falta mucho valor para coger uno entre el pulgar y el índice, y aún más para conseguir metérmelo en la boca. Es crujiente. Los jumiles y los chapulines, bien condimentados, se comen más fácilmente. En cambio, las hormigas son rollizas pero sabrosas.
Se dice que los insectos son el «alimento del futuro», que son la solución a los grandes problemas medioambientales, económicos y nutricionales. Mientras me trago mi último trozo, pienso para mí que el Hakuna Matata definitivamente no está ganado. Voy a necesitar algo de práctica.
Dejamos el Mercado San Juan para ir a una pulquería cercana.
Una pulquería es el lugar donde se sirve el «pulque», una bebida fermentada a base de maguey, cuyo consumo se remonta a la época prehispánica.
En aquella época, era una bebida reservada exclusivamente a los sacerdotes y la élite, o excepcionalmente, para recompensar un gran esfuerzo, como el de un hombre que regresaba de la guerra o una mujer que acababa de dar a luz.
Desde la llegada de los españoles, su consumo se democratizó ampliamente. Pero en la década de 1920, las autoridades fomentaron la cerveza en detrimento del pulque, que pasó a considerarse una bebida «para pobres», e incluso se consideraba antihigiénica.
En los últimos años, el pulque ha resurgido entre los jóvenes (y los hipsters).
Cuando entramos en la pulquería, está llena.
Milagrosamente encuentramos dos pequeños bancos en una mesa que compartes, por un lado, con dos amigos -probablemente dos colegas que han venido a tomarse un descanso- y por otro, con dos jóvenes padres y su bebé. Todo el mundo está hablando y hay un olor a fermentado en el aire.
Pedimos un poco de pulque «natural»(clásico), que tiene un color blanco opaco, y luego un vaso de pulque de apio y otro con canela.
Sigo a Victoria con su camiseta rosa por las calles un poco caóticas del centro y nos detenemos en una esquina.
Un delicioso olor emana de las tortillas de maíz azul que se calientan en un plato mientras las manos de dos mujeres se agitan tratando de servir lo antes posible a los hambrientos transeúntes.
Compartimos una quesadilla de huitlacoche y un tlacoyo relleno de frijol y servido con nopal y queso fresco.
El huitlacoche es en realidad un hongo que crece en el maíz y, admitámoslo, no es nada estético con sus crecimientos grisáceos, pero se considera un producto codiciado desde la época prehispánica.
Siguiente parada: un pequeño local donde probaremos la cochinita pibil servida en panuchos.
Se trata de carne de cerdo asada y marinada en un preparado de rocou (achiote), una especialidad yucateca que ya había probado en Mérida.
Un panucho es una tortilla frita rellena de frijoles negros refritos. Yo utilizaría un poco de limón, pero tendría cuidado con las salsas, que parecen todas bastante picantes. ¡Muy sabroso!
Seguimos con el mole de boda. Toma su nombre de una época en la que era costumbre servir mole en los banquetes, especialmente en las bodas.
Aquí, la receta familiar es todo un éxito y se transmite de generación en generación. Se dice que parte del secreto consiste en que sólo utilizan un tipo de chile (de árbol) y lo cuecen tres veces.
Observo cómo el hombre remueve con orgullo su mole en la gran olla, prepara el bocadillo de pollo («la torta») y lo vierte generosamente por encima. Cuando me presentan el plato, me digo: «No podré acabármelo, estoy demasiado llena, pero lo probaré por educación…».
Sin embargo, está tan bueno que acabo comiéndolo todo sin pensar.
Me pongo la mano encima del estómago, preguntándome si debería desabrocharme sutilmente los jeans. «Sutilmente», como si eso fuera posible. Pero salimos rápidamente hacia el siguiente lugar.
Mientras caminamos le pregunto, un poco preocupada: «¿Vamos a comer otra vez?» Ella responde, riéndose: «¡Sí, pero éste es el último bocado!
Terminamos a lo grande con dos grandes imprescindibles mexicanos: el taco al pastor y un mezcal de buena calidad, suave en la garganta, pero perfecto para la digestión.
Aun así, me lleva a un último punto. La sigo, intrigada.
Atravesamos la puerta de una panadería y me impresiona el olor dulce y reconfortante del aire. Hay todo tipo de panes, pero yo sólo conozco las famosas «conchas» redondas.
Vicky me señala varios panes, como el pan de muertos y una pequeña rosca de reyes, que se compra para llevar.
Antes de separarnos, me da los panes, «toma, luego te los comes en casa».
Todavía están calientes. Abro la bolsita de papel y meto la nariz.
Luego me dirijo al hotel para tomar una siesta, un buen sueño de 40 minutos no me hará ningún daño.
Lo cierto es que este tour -bien lleno y variado- es una interesante introducción a las especialidades culinarias de México.
¡Lo recomiendo a todos los amantes de la comida!
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